Amor, que no nos aparte la sequía,
se nos empobrece la carne,
pero no el espíritu.
Que los mustios cuerpos, no se apaguen
en la rojiza llama que alimenta,
el magma de la esencia.
Seamos permeables, amor, a esta brisa
húmeda del alma calma,
que se nos inunde el patio.
Que lluevan de los techos los lamentos,
de los dioses que enfurecen en el cielo,
que garúe en tus infiernos.
Que el brote surja desde el suelo,
o desde el vuelo,
verde brújula a un sueño.
Que se empape este desierto,
que florezca el universo,
y reviente en tus pupilas la llama del recuerdo.
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